De rojo y amarillo hacia el cambio de tercio.
Ducati, Yamaha, Honda, Suzuka… Superbikes! Tres temporadas con tres motos distintas para acabar en otra que no tenía nada que ver con las anteriores; la Honda de Superbikes. Las 8 Horas de Suzuka me abrieron los ojos y reorientaron mi trayectoria profesional.
La etapa de Yamaha se cerró con el cambio a Ducati en 2005 para trabajar, y mucho, en una moto que había sumado resultados nada alentadores en la temporada anterior. Tocaba volver a trabajar duro en la puesta a punto, en hacer crecer una moto de MotoGP trabajando mucho en la electrónica y con la dificultad añadida de haber cambiado de proveedor de neumáticos a Bridgestone y tener que evolucionar las gomas, por lo que todo el trabajo se debía hacer en una doble dirección.
Trabajamos duro, hicimos una labor muy importante y, en el último tercio de la temporada fui uno de los pilotos que sumó más puntos con dos podios incluidos, en Malasia y Australia. Había cumplido con creces el trabajo encomendado, pero en Ducati no lo creyeron así y decidieron no seguir contando con mis servicios.
Me costó entender la situación creada en la salida de Ducati, pero el futuro se presentaba alentador con una propuesta de Sito Pons para formar equipo junto a Stoner pilotando las Honda. Entrenamos en Valencia y Malasia y lo cierto es que las cosas fueron bien y pude, por fin, subirme a una Honda de cuatro tiempos, pero, al cabo de poco tiempo, Sito nos dijo que no había patrocinador y todo saltó por los aires.
La situación estaba complicada con casi todo el mundo colocado y todos trabajando ya para la temporada siguiente. Me veía en paro cuando Yamaha volvió a llamar a mi puerta con un proyecto atractivo y complicado a la vez. Se trataba de correr en el equipo de Hervé Poncharal pero utilizando neumáticos de la marca Dunlop y llevando a cabo todo el trabajo de desarrollo de dichas gomas.
Otra vez tocaba remangarse y currar para una evolución de tipo técnico y no dedicarme únicamente a buscar los mejores resultados posibles. Vestido de amarillo chillón, trabajé en los Dunlop en un año en el que entrar en el Top 10 era ya una gran recompensa. El neumático delantero era realmente bueno, pero el trasero no resistía más del 60% de la potencia de nuestra Yamaha. Tocó sufrir y hacer mil cambios y, sobre todo resignarse pero, al mismo tiempo, ver con orgullo, como a la hora de trabajar sobre motos y neumáticos, las marcas valoraban mucho mi experiencia e indicaciones.
En 2006 llega a MotoGP el cambio de propulsor con la incorporación del motor de 800cc, menos potente. Yo tengo tres ofertas sobre la mesa: seguir en Yamaha, incorporarme a Kawasaki o pilotar una Honda en el equipo de mi amigo Lucio Cecchinello. Ninguna de las tres destaca sobre el resto. Yamaha me atrae como fábrica por mi trayectoria con ellos, pero los Dunlop son una limitación. Por su parte, el de Kawasaki era un proyecto muy joven.
Nos acabamos decantando por la opción Honda pensando que era la mejor moto y lo cierto, es que fue la peor combinación de moto y neumáticos hasta el extremo que al probarla por primera vez en Malasia, me paré y a mi Jefe Técnico y gran amigo, Ramón Forcada, con quien volvía a trabajar tras un buen puñado de años, le dije que la moto está rota porque no corre. Cuando tras revisarla, me comenta que todo está bien, les espeto a Cechinello: “¡macho, te han engañado!!”. El año fue duro porque no me encontraba a gusto con la moto; no cabía en ella, no corría y no se aguantaba. Por el contrario, el equipo era excepcional y eso fue lo bueno de la temporada en la que mi trayectoria en MotoGP estaba llegando a su fin.
Sucedió algo excepcional en forma de invitación de Honda para correr las 8 Horas de Suzuka junto a Tadayuki Okada a finales de Julio. Hice la pole, acabamos segundos y llegamos a tener opciones de ganar. Fue divertido, rodé muy a gusto y me di cuenta que, en aquellos momentos la Superbike era el camino porque la podía pilotar entendiendo todo lo que hacía y llegando a límites que no podía alcanzar con la MotoGP.
La suerte ya estaba echada. Por este motivo, el último Gran Premio en Valencia, nunca lo llegué a disputar pensando que se acababa algo, sino que cambiaba de rumbo y destino. Claro que ¡estuve a punto de no poder correr aquella carrera! y lo hice en malas condiciones por una oclusión gástrica que me hizo pasar por el hospital la noche del sábado antes de la carrera. ¿Estaba claro que mi estómago ya no “digería” la 800 y necesitaba un cambio de moto!
Suerte que mi amigo y compañero de fatigas David Vilaseca, que siempre ha estado a mi lado, estaba allí para echarme una mano en la gestión de un fin de semana que podía cambiar de signo fácilmente. La llegada al box tras el banderazo final fue y emotiva, pero como ya os he explicado, para mí no significaba un punto final, sino un punto y aparte.